14 de mayo Quito - Lago Agrio

Probablemente he vivido uno de los días más extraños de mi vida.


No sé con qué expectativas pensaba hacer una llamada desde medio de la selva amazónica, como si un inútil 4G pudiera competir con la inmensidad de este lugar.
Y, además, quizá no tenía sentido hablar por teléfono a mil kilómetros de distancia, mientras escuchaba fuera de la ventana el llamado de la selva.

No te llamé, pero pensé mucho en ti, pensé en lo que vas a flipar cuando vengas.


Me hice una SIM especialmente para llamarte hoy, quería que lo supieras, era la única con Internet y solo para escuchar unos minutos tu voz.

El viaje de Quito a Lago fue como el crescendo de un viaje psicodélico: desde las altas montañas de la sierra hasta descender al corazón de la Pachamama, viendo caer la oscuridad sobre la selva y sin ninguna luz en el camino.


Al llegar a Lago, nos vino a buscar M., un palo de flauta que vive aquí hace dos años y que nos dice tranquilamente que si queremos fumar porros es mejor ir al patio trasero.

Me encantan las cosas claras.

La casa es objetivamente una mierda, pero nuestro humor está alto y el grupo pinta bien. Meri y Sofi son las más preocupadas y ya se fumaron las reservas de tabaco, mientras Piyumi y Davide mantienen el ánimo a base de tonterías una tras otra. Silvia, por si las dudas, se fue a la cama temprano, eligiendo una habitación mediocre para no influir en la asignación de las demás.


Bajamos a pedir sal a los vecinos para cocinar la pasta y terminamos cenando en su casa con patacones y parmesano, una fusión italo-ecuatoriana que fue todo un éxito.


Dani, mi amor, qué intensa es la vida. Tengo muchas ganas de hablar contigo y contarte más, pero también muchas ganas de escribir, y eso es bueno.