Quejas terrestres (y otras dos o tres cosas que me hacen reír)
Cuando digo que vivo en la Amazonía, la gente pensará que salto sobre lianas, que mi alimentación se basa en deliciosísimas frutas exóticas, que me he convertido en una criatura mitológica mitad humana y mitad ave; en fin, que vivo un idilio sano y natural, pero la realidad es muy distinta.
Claro, el idilio está bastante al alcance: basta con alejarse media hora en coche de la pequeña ciudad donde vivo para reencontrar la paz de los sentidos en cascadas y lagunas de ensueño.
Cada mañana, el trayecto de casa a la oficina de UDAPT es un recorrido de dos kilómetros lleno de smog y ruidos, y bastante fangoso, ya que llueve continuamente y las calles no están todas asfaltadas; incluso en los tramos asfaltados, en realidad, es mejor prestar mucha atención a dónde se pone el pie, porque de repente se puede acabar en un charco profundo hasta el tobillo. Aunque las sandalias Teva sean impermeables, meter el pie en un sucio charco urbano no es precisamente la misma experiencia que saltar entre las aguas de un arroyo inmaculado, como muestran los anuncios que alardean de estos zapatos como perfectamente aptos incluso para los trekkings más difíciles.
Caminando por la Avenida Quito, empiezo a saludar caras que se están volviendo familiares: la señora que despluma pollos, la que asa mazorcas, la de la panadería, los innumerables perros y gatos despeluchados que comen de la basura. Me pasa al lado uno de los tantos buses híper coloridos que atraviesan el país: entre los diversos carteles colgados en el parabrisas con los nombres de las ciudades por las que iba a transitar, mi mirada se posa en uno que dice Porvenir.
Un viaje exprés al futuro, pienso, cómodamente sobre ruedas.
Inevitablemente, me acuerdo del famoso tema de Facundo Cabral que dice:
“No soy de aquí ni soy de allá
No tengo edad ni porvenir
Y ser feliz es mi color de identidad”
y la tristeza que normalmente me causa la lluvia, se transforma en dulce melancolía.
De todas formas, no sé quién será el loco que tenga ganas de subirse a un bus directo al futuro.
En estas tres semanas aquí, admito haber imaginado el futuro, como de hecho me pasa más a menudo de lo que quisiera: un futuro más o menos cercano, es decir, cuando volveré a Europa, al Viejo Continente, a las viejas costumbres y a las viejas amistades. Imagino ese momento como imagino muchas otras cosas, por la simple impaciencia que tengo de vivir, pero nunca tomaría un atajo.
Experimento una vasta gama de sensaciones y emociones: quiero huir o desaparecer y luego, de repente, quiero detener el tiempo o al menos dilatarlo, quiero estar aquí pero también allá, quiero un portal mágico, no hace falta que sea un túnel espacio-temporal, me basta con que sea simplemente espacial. Pero de esta manera la vida sería demasiado cómoda, no estaríamos obligadas a tomar decisiones valientes, porque siempre sería fácil volver atrás un momentito, justo el tiempo necesario para darnos ese abrazo que tanto echábamos de menos.
En general, desde hace un tiempo, pienso que las cosas simples son mejores que las complicadas; también pienso que soy una persona bastante complicada, y tal vez, por la ley de las antinomias de Kant, busco la simplicidad o a quienes consiguen convertirla en una bandera.
Sin embargo, suponiendo que una vida sencilla pueda aportar una felicidad más sólida y auténtica, es innegable la existencia de las complicaciones de las que nadie puede escapar; la moraleja: no somos inmunes al dolor. Es difícil transitar el dolor con simple aceptación, sin hundirse en él pero tampoco evadiéndolo, observarlo con esa consciencia iluminada aún decididamente fuera de mi alcance. Después de todo, soy tierra.
Otras dos o tres cosas que me hacen (mucho) reír:
la inexistencia de tenedores: la cuchara sirve para todo, efectivamente. Lo importante es no comer espaguetis.
el café o los jugos para llevar en bolsas de plástico: aprender a perforarlas de la manera correcta para poder verterlos forma parte de esas competencias típicamente locales que conviene adquirir lo antes posible.
la cantidad de música italiana que existe también en versión española. Sobre todo Gianluca Grignani, Tiziano Ferro, Eros Ramazzotti y Laura Pausini. Pero descubrí que también se atrevió ese loco de Rino Gaetano:
https://open.spotify.com/intl-it/track/67XCzR63WYYCMEkTOdxuYW?si=9e25fc9a0a5f4037

