Suenan Los Espíritus
Suenan Los Espíritus – “Caldero”.
“Motivos para llorar, tendrás siempre motivos.
motivos para enojarte, tendrás siempre motivos.
yo no quiero negar todo lo malo que vivo.
yo no quiero ocultar todo lo malo que vivo.
pero este carro maldito me lleva si no lo esquivo.
todas las flores que traes se secan si ya no río.
das tu luz que fluye por el campo.
siempre podrías tener más, siempre podría ser mejor.
amor, sos todo lo que sueño y tengo hoy y estoy siempre acá.”
Escucho esta voz con acento argentino y entiendo que de América Latina no he entendido nada: las simplificaciones aplanan la diversidad y así, sin darnos cuenta, resbalamos hacia discursos neocoloniales.
Quizá algo sí lo haya aprendido, sobre el Ecuador.
Me habían dicho que había dos estaciones, la seca y la lluviosa: hasta hoy, no he logrado averiguar cuándo empieza una y cuándo termina la otra.
En esta incomprensible alternancia estacional, se acerca la Navidad.
Me doy cuenta solo por los falsos abetos y las guirnaldas que venden en las tiendas, por las primeras decoraciones tímidas fuera de las casas, todo ligeramente espolvoreado de blanco para simular la nieve que mucha gente, aquí, jamás habrá visto.
Yo, en cambio, nunca he vivido ni imaginado una Navidad con 30 grados, bloqueador solar y repelente.
Recuerdo la célebre excursión a Tena en la que Dado nos deleitaba con chistes sobre una hipotética “Navidad en la Amazonía”, imitando —por turnos— tanto a Boldi como a De Sica (famosos actores de comedia en Italia, N. del T.), y regalándonos el imaginario de un cinepanettone del que éramos protagonistas, junto a los primeros personajes curiosos que conocimos por estas tierras.
Aunque el espíritu navideño sea una invención capitalista, de lo que sea que se trate: aquí no se siente.
Mi verano ecuatoriano dura desde mayo; al final del verano pasado —también dilatado hasta lo exasperante— me había propuesto adoptar el verbo español veranear como actitud, incluso en el hielo más riguroso que me tocara atravesar.
Este, sin duda, no ha sido un verano como los otros: más bien lo definiría como una canícula extraña adornada de invierno; ahora percibo el tránsito del otoño, pero en un plano tan imperceptible que me cuesta traducirlo en palabras: es una sensación interior que aflora en la piel.
Una sensación, al parecer, compartida: en casa nos hacemos infusiones por la noche, pero seguimos encendiendo el ventilador, mientras la oscuridad sigue cayendo a la misma hora de siempre.
[No estoy segura de poder soportar la jaula de zapatos y calcetines después de estos meses de absoluta libertad podológica.]
Todo llega. ¿Cuántas veces habré escrito esta frase en este diario amazónico? Todo llega.
Llega la Navidad de cualquier verano, llega el final de cualquier comienzo.
Llega el cumplimiento de un deseo, incluso cuando ya no lo queríamos: dicen que es mejor no suplicar a los dioses a la ligera, porque parece que tienen la extraña costumbre de complacer los mortales. ¿Y luego? ¿Y luego cómo sobrevivir a la muerte del deseo en nuestro antropoceno adicto a la dopamina?
Estoy estudiando los bastos, en los tarots terapéuticos, que representan justamente el deseo, la libido, la creatividad y la creación, y inevitablemente me interrogo sobre los acontecimientos de mi vida.
Estoy redactando un nuevo currículum vitae, que siempre trae consigo un examen de conciencia.
Pienso en la transición como estado permanente, pienso en esta interminable fase preparatoria, en esta insaciable acumulación. Pienso —siento— esa frustración-justificación cínica.
Pienso que debería bailar mientras estoy en el baile, pero quizá no haya ninguna pista de baile bajo mis pies.
Pienso en esa odiosa retórica del sacrificio que no logro tragar y de la cual siempre temo una represalia kármica.
De tanto leer y escribir, me hincho y me vacío sin parar: viva, palpitante, pero sin aliento.
De tanto leer y de tanto escribir, todo termina a sollozos: una escritura fragmentada, un llanto inconsolable.
Pero una escritura fragmentada,
¿no se vuelve acaso poesía?
Un llanto inconsolable,
¿el primer síntoma de sanación?
