UDAPT, el ambientalismo, los viajes por Sudamérica y la filosofía new age

Lago Agrio. Sour Lake.
Literalmente, la traducción del inglés – de Texas a Ecuador – un lugar nacido hace unos cincuenta años para la exploración petrolera de una multinacional estadounidense, Texaco (hoy Chevron Corporation), que comenzó a peinar el área nororiental del país en 1963, y que al año siguiente perforó el primer pozo petrolero de toda la Amazonía, donde hoy se encuentra el centro urbano de Nueva Loja – capital del cantón Lago Agrio, provincia de Sucumbíos.

Texaco-Chevron contaminó intencionalmente la región con más de 60 mil millones de litros de agua tóxica y más de 600.000 barriles de petróleo vertidos en la naturaleza, más de 1000 km de caminos cubiertos de crudo, millones de metros cúbicos de gas quemado, provocando el desastre ambiental y social más grave de la historia.

A pesar del poder económico, político y mediático de Texaco-Chevron, los pueblos amazónicos resisten desde hace más de 30 años, logrando obtener cuatro sentencias judiciales en Ecuador contra la multinacional – que debería pagar 9,5 mil millones en daños; sin embargo, el arbitraje internacional y las presiones políticas buscan impedir la ejecución de dichas sentencias, pero Udapt – junto con las comunidades indígenas – continúa con obstinación la lucha global por la justicia, apoyada por numerosos colectivos internacionales.

El derecho de la selva

¿Qué había cuando llegó la empresa estadounidense? Nada, responderían muchxs.

Pero sí había la selva, que ya estaba allí desde hacía millones de años con sus múltiples habitantes: estaban los pueblos Shuar, los Siekopai, los Waorani, los A’I Kofan, los Siona, los Kichwa, los Tetete y otros más, además de lxs campesinxs hijxs de colonos (los llamados mestizos); pero no solo eso, porque antes de que llegara Texaco ya existía un rico ecosistema de especies vegetales y animales con derechos propios.

Ese derecho, lamentablemente, fue reconocido oficialmente por la Constitución ecuatoriana solo en la primera década de los años dos mil, es decir, cuarenta años después del inicio de la depredación del territorio; en 2008, tras la elección del presidente Rafael Correa – que reforma el país, rompiendo con el neoliberalismo y acogiendo la demanda de justicia social de los movimientos indígenas –, el Estado ecuatoriano es refundado sobre el concepto andino del Sumak Kawsay (el “Buen vivir”), una especie de modelo holístico de armonía entre seres humanos y naturaleza, en oposición al modelo capitalista occidental.

A pesar de los escándalos que surgieron en 2019 tras el mandato de Correa y que lo acusan – entre numerosas acusaciones – incluso de haber traicionado los ideales ecologistas, el legado de uno de los presidentes más jóvenes que ha tenido el país puede leerse en la Carta Constitucional, la cual reconoce explícitamente los derechos de la Pachamama en cuatro artículos.

La perspectiva antiespecista es revolucionaria, las palabras utilizadas son admirables:
“La Naturaleza o Pachamama, donde se reproduce y realiza la vida, tiene derecho a que se respete integralmente su existencia y el mantenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos.”
Así reza el art. 71, pero como bien sabemos, entre el dicho y el hecho – sobre todo en política – hay un mar de mierda.

Nueva Loja

Nueva Loja está a Loja como New York estaba a York; es decir, se trata de una ciudad sucursal de otra, un reemplazo, una extensión. Una colonia.
La ciudad de Loja, en el sur de Ecuador, es conocida como la capital cultural del país, poblada de artistas de todo tipo: músicos, pintores, literatos, que a menudo se ven obligados a desplazarse en busca de fortuna; a fines de los años sesenta, no solo emigraron los artistas, sino todas aquellas personas afectadas por la grave sequía que azotó ese territorio, y que fueron fácilmente engañadas por las promesas de las compañías petroleras instaladas en el norte.

Así comienza un éxodo en busca del oro negro, considerado en aquella época una gran oportunidad para ese pequeño Estado de América Latina; llegan muchas manos, muchos hombres solteros o casados (que se volverán a casar, viviendo dobles vidas entre los lugares de origen y esa nueva ciudad que estaba naciendo) empleados en los pozos petroleros.
Así, fruto de una arquitectura espontánea caracterizada por concreto y chapa, nace un asentamiento habitado, poco a poco se asfaltan algunas calles, se consagra una iglesia, se abre un bar para el tiempo libre, y sin necesidad de ninguna planificación urbanística se desarrolla una ciudad obrera dedicada al extractivismo.

Nace Nueva Loja, una cavidad ósea descubierta en las carnes suaves de la selva amazónica.

¿Quién es UDAPT?

Unión de Afectados y Afectadas por las Operaciones Petroleras de Texaco, abreviado como Udapt, es la asociación de individuos que logró llevar a juicio el mayor ecocidio de la historia.

Udapt da sus primeros pasos en 1993, recogiendo la rabia de varias comunidades amazónicas – esos pueblos mencionados antes – que se vieron afectadas por las operaciones petroleras, obligadas a abandonar su tierra, sus costumbres, pero no solo eso: poco a poco los efectos del petróleo comienzan a repercutir directamente en la salud de las personas, que enferman de cáncer, sufren abortos espontáneos, dan a luz a niñxs con graves deformaciones.

En un primer momento, los promotores de las operaciones de Texaco incluso difundían la falsa creencia de que bañarse en petróleo crudo tenía efectos beneficiosos, curando especialmente los reumatismos. Naturalmente, se trataba de información sin fundamento científico, que lxs habitantes del lugar no podían sino tomar como cierta, y es posible ver fotos y videos de la época con gente completamente cubierta de negro.

Son imágenes que hoy nos resultan impactantes, pero incluso quienes no se lanzaban a esas espantosas aguas viscosas acababan viendo sus campos contaminados y asistiendo a la muerte del ganado, es decir, quedando privados de sus medios de subsistencia – además de su derecho a la salud, envenenada silenciosamente día tras día.

Al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, los pueblos amazónicos unieron fuerzas en una alianza absolutamente necesaria para hacer frente a un enemigo del tamaño de Texaco.

Hoy en día, Udapt presta asistencia legal a los demandantes que deciden iniciar un proceso contra Chevron, organiza toxic tours en la Amazonía ecuatoriana para mostrar los daños provocados por la multinacional, ofrece cursos de formación, presta asistencia sanitaria y psicológica a personas enfermas de cáncer y promueve campañas de prevención, proporciona agua potable a las comunidades rurales, apoya proyectos de agroecología y cuenta con una comisión de mujeres, que colabora con la Federación de Mujeres y otras organizaciones que promueven los derechos de las mujeres en el territorio.

Pero sobre todo: ¿qué podemos hacer?

La impotencia es la sensación que suele invadir a nuestra generación, masivamente afectada por la ecoansiedad: antes de preguntarnos qué podemos hacer, nos vemos obligadxs a preguntarnos si efectivamente podemos hacer algo, si valemos algo como ciudadanxs libres y qué tipo de poder aún tiene el pueblo, si el capitalismo puede realmente capitular o si, en un cierto punto de la resistencia, preferiremos desistir y retirarnos a nuestros microcosmos o comunidades hippies endogámicas lejos de las ciudades, símbolo de un sistema político-económico que no nos representa.

Como optimista, creo que siempre podemos hacer algo.

Si no pensara así, no habría venido desde la otra parte del mundo, a un lugar desgraciado muy lejos de la visión romantizada de América Latina que nuestra generación ecoansiosa pero mochilera ha construido en Europa.

Antes de venir aquí, durante años escuché los relatos de amigxs (o incluso de perfectxs desconocidxs) sobre la Amazonía y en general sobre este continente-panacea para todos los males occidentales; durante años soñé con caminar por los Andes, tenderme al sol en las playas caribeñas, admirar paisajes de ensueño, entrar en contacto con pueblos originarios en territorios vírgenes, aprender a bailar salsa y tener también yo mi paquete de historias emocionantes sobre el viaje a Sudamérica que te cambia la vida.

Claro, Sudamérica es también esto: es también panacea, también idilio, también el viaje que te cambia la vida – ya sea de dos semanas, dos meses o dos años (para quien pueda permitírselo); pero ay, la realidad es más compleja y con más matices que nuestras fantasías, y a menudo se esconde lejos de las miradas soñadoras de nuestras visitas temporales, en las que no llegamos ni a regular nuestros niveles de adrenalina y serotonina antes de estar reservando el próximo hostal en el Cotopaxi.

Con esto no pretendo culpar a nadie, al contrario, agradezco a quien haya dedicado su valioso tiempo a contarme sus aventuras, porque contribuyeron a empujarme hasta aquí; quienes me conocen me habrán oído condenar muchas veces el turismo y conocen mi concepción personal del “viaje”: para mí, desplazarse de un lugar a otro debe realmente valer la pena, por algo o por alguien que me motive a empacar mis cosas y tomar un avión.

Dicho esto, el punto era: hacer algo.

En la pérdida total de sentido en la que vivimos, lo que nos queda es la fe; no una fe religiosa (¡ni pensarlo!), sino la fe entendida como confianza en la verdad y justicia de una premisa, una convicción íntima capaz de superar la realidad, sin banalizarla ni idealizarla, habitándola en sus grietas y tratando de sanarlas.

Sonará un poco new age, pero no nos queda mucho más: en lo concreto, lo que podemos hacer es informarnos e informar, difundir, expandirnos, boicotear, tratar de cambiar nuestro estilo de vida, prestar atención a las pequeñas cosas, marcar la diferencia, no mirar hacia otro lado, intentar ser coherentes y no volver de vacaciones para sentarnos en el escritorio de una gran empresa sin al menos conocer lo que hay detrás.

Sigamos viajando por Sudamérica, pero siendo conscientes de que quizás hace falta ensuciarnos las manos y no solo quedarnos mirando.

https://www.youtube.com/watch?v=O0X8YUvZBXQ&t=12s