Viaje metropolitano - sobre Quito y las librerías

Viajamos a Quito para un plantón frente a la Procuraduría y un foro en la facultad de comunicación social de la Universidad Central del Ecuador, a pocos días de la jornada mundial anti-Chevron que se celebró el 21 de mayo.

El viaje comienza el martes 28 de mayo, alrededor de las nueve de la noche – intentando, en vano, salir a tiempo de la provincia de Sucumbíos donde rige el toque de queda a las 22:00. Me llevo la almohada para el cuello, un caramelo de escholtzia y melatonina, y además durante el día me aseguré de cansarme lo suficiente como para llegar a la noche agotada y tener más probabilidades de cerrar los ojos en el bus. Nada de eso, obviamente, funcionó.

Al principio del viaje me invade la emoción: tal vez no sea mi lucha, pero tengo el honor de acompañar a esta gente en la suya.
Me pongo en los auriculares varios episodios de un pódcast al que me he encariñado en los últimos días, que me hizo descubrir Dani: se llama Verdades (in)cómodas, la presentadora Mireia Chaos entrevista – con una voz redonda y atractiva – a mujeres y hombres de distintos campos del saber sobre temas como la espiritualidad, la sexualidad, el crecimiento personal y otras frikadas, en conversaciones profundas y enriquecedoras, pero también llenas de ironía.
En una fase de duermevela, escucho el nuevo álbum de cumbia psicodélica de El Búho

https://open.spotify.com/intl-it/album/19Id2VKBweFSrGaVMAEUI7?si=zY42fqgHSWCrh14RxlVb2A.

Después de una noche sin dormir, como era de esperarse, llegamos a las 6:45 al lugar donde nos servirían el desayuno: un buen plato de arroz con pollo, exactamente la misma comida que nos dieron la noche anterior (y, spoiler, en cualquier lugar y a cualquier hora en todo Ecuador). Solo que a las seis de la mañana impacta más.
Contenemos las risitas histéricas con mis compañeras de la colonia italiana: algunas llevamos aquí ni siquiera un mes y ya soñamos con croissants y cappuccino.
Desertamos - ni qué decirlo - nuestra abundante porción de arroz con pollo, y en cuanto podemos nos escapamos, colándonos en una cafetería lamentablemente estilo Starbucks, donde nos concedemos un desayuno continental. Gringas.

Llegamos frente a la Procuraduría General del Estado, los representantes de las distintas nacionalidades y comunidades indígenas ya han vestido sus vestimentas tradicionales y se han pintado los rostros según las características de cada cultura. Me parece maravilloso poder asistir a todo esto de cerca. No niego que causa un efecto extraño ver cómo un líder Siekopai o un miembro de los Shuar pasa de tener jeans y el celular en la mano, a vestir una túnica colorida, un penacho de plumas y cambiar el teléfono por un cetro.
Empieza la rueda de prensa, hay varios periodistas grabando y pidiendo entrevistas a Pablo, a Donald, a los líderes indígenas, y nosotras las voluntarias sacamos fotos por todos lados, asegurándonos de pasar por turistas curiosas – lo que nos resulta bastante fácil, dado nuestro aspecto – porque, por nuestra seguridad, es mejor que no se sepa que trabajamos para UDAPT.
Al terminar esta fase más oficial o por lo menos más compuesta, comienza el plantón propiamente dicho, es decir, la protesta, llena de gritos, consignas, cantos y danzas; ahora sí que debemos mantenernos al margen o tener mucho cuidado para no ser vistas por los policías.
Al ver el fervor que enciende el alma de estos disidentes finalmente poseídos por su encantador espíritu salvaje, me siento sobrepasada por la emoción y tengo que alejarme para no ponerme a llorar conmovida y ridícula; los admiro, admiro su fuerza, su convicción, su perseverancia: me da lástima sentir que en mi vida nunca he sido capaz de hacer tanto ruido.

Después del plantón y antes del foro, tenemos tiempo para recorrer un poco la capital, y aprovecho para ir a un par de librerías a hacer provisiones de papel – simplemente no logro conectar con el eReader –; compro Chamanes eléctricos en la fiesta del sol de Mónica Ojeda y El país de las mujeres de Gioconda Belli.
Desde hace un tiempo solo compro libros de mujeres, pero me reservo el derecho de leer también a hombres, si no sería una privación excesiva; quizás solo tengo ganas de historias fantásticas, para deleitarme con lecturas evasivas que me hagan levantar unos centímetros los pies del suelo durante esta estadía en la Amazonía.
Se trata simplemente de un intento poético de declarar que con gusto abandonaría el overthinking por el overfeeling.

P.D.: dormitando sobre el césped del parque La Carolina, con la barriguita llena de focaccias y bocadillos deliciosos para nuestros paladares ya tristemente acostumbrados al sabor arroz&pollo, Sophi, Giulia y yo somos despertadas con una inverosímil dulzura por tres militares armados con metralleta y el rostro cubierto, que se acercan susurrándonos que no tengamos miedo, que solo quieren advertirnos que estemos alertas, que no es buena idea dormir en el parque, con las mochilas a merced de cualquier ladronzuelo que ronda sin miedo incluso por calles llenas de gente y a plena luz del día, que Quito es peligrosa, en fin, en otras palabras, nos llaman amablemente despistadas.

Y con toda la razón.